lunes, 20 de octubre de 2008

Primera visita a Buchenwald

Hablar de Buchenwald es hablar de palabras mayores. En el corazón de un bosque, un lugar maldito.

Cerca de Weimar, tan solo a unos 5 o 6km. hacia el norte, hay un precioso bosque de hayas (“buchenwald”, en alemán). Ahora no ocupa gran extensión de terreno pero hace años el bosque llegaba hasta la ciudad. Debía ser un lugar enorme. Con el suelo cubierto de ramas caídas, rocas, hojas secas y musgo. Como techo, las copas de estos altos y fuertes árboles de clima templado, filtrando los rayos de luz solar y creando de tal forma una atmósfera casi mágica dentro del bosque.

Un día unos señores muy malvados, con el deseo de establecer su supremacía en todo el mundo, cortaron muchos árboles en el corazón de este bosque. Con los árboles construyeron casernas que al poco tiempo se convertirían en la pesadilla de millares de personas acusadas de ser seres inferiores (judíos, homosexuales, gitanos, etc.). Era julio de 1937 y el partido Nazi decidió establecer en este apartado lugar lo que acabaría siendo uno de los campos de concentración más grandes de todo el holocausto.

Motivos por establecerse aquí. Muchos, desde la existencia de una cantera de piedra en la que lógicamente obligaban a trabajar a los presos, hasta que a Hitler le encantaba Weimar por ser notable representante de la cultura y el buen gusto alemán (la ciudad de Goethe y Schiller). Además en dicha ciudad había numerosos grupos políticos de extrema derecha que apoyaron enseguida la iniciativa de Hitler.

Por poco que me guste esta etapa de la historia y aún menos este tipo de lugares, algo en mi interior me empujó a ir a visitarlo. Una frase que le gusta a mi amigo Raül y de la que siempre me acordaré dice que “si un pueblo no conoce su historia está condenado a repetirla”.

Leer la barbarie que acometieron hace años un grupo de personas puede que te haga poner los pelos de punta, pero estar allí, en ese lugar donde han muerto alrededor de 56.000 personas de semejante forma, no hay palabras para explicarlo.

Ayer domingo, decidido y con todo el día por delante, me preparé un bocadillo, cogí un botellín de agua, la cámara de fotos y me encaminé hacia el bosque. Fui andando colina arriba, durante esos 5 o 6km. con la carretera a un lado y el bosque a otro.

Una hora más tarde llegué al cruce donde hay un obelisco que indica la proximidad de Buchenwald. Siguiendo recto, el camino te lleva hacia Ettersburg (un pequeño pueblo al lado del bosque), y a la izquierda empieza la calle “Blutstrasse” (calle de sangre), que va directamente hasta el campo de concentración.

Como os podéis imaginar por su nombre, la calle fue construida por los presos del campo entre el 38 y el 39. Más tarde, en el 43, también con los trabajos forzados de los prisioneros se construyó una línea de ferrocarril casi paralela a la mentada calle.

Las vías se quitaron y ahora el camino se ha conservado como un memorial. Sin dudarlo me metí por esa ruta que atraviesa el bosque. La imagen es bellísima, todo el suelo está cubierto de hojas y a lado y lado de vía tan solo bosque. En un determinado momento una especie de mazacotes de hormigón se alzan a izquierda y derecha del camino, quizá sirvieron para un puente encima de la vía de tren, o tan solo como puntos de vigilancia, quien sabe. En este punto me detengo e intentando dilucidar el uso de esos vestigios del pasado, me zampo el bocata y descanso unos minutos.


Sigo la andadura y llego a un rótulo indicativo. Por el suelo ya se ven trozos de metal de los antiguos raíles, así como tornillos y piezas de hormigón. El cartel indica un cementerio en mitad del bosque. Delimitado por pequeñas maderas y señalizando con cilindros metálicos de unos 2m. de altura cada una de las fosas en el suelo, aquí están enterrados los presos que murieron en el Campo de Concentración Buchenwald nº2.

Os cuento, en el 45 terminó la Segunda Guerra Mundial, pero no la locura de Buchenwald. El campo fue liberado por las fuerzas aliadas y los soviéticos (a quien perteneció, como sabemos, el este de Alemania) se quedaron con el lugar. Paradójicamente usaron el campo para internar a alemanes y le llamaron Campo de Concentración Buchenwald nº2. Funcionarios del NSDAP, el estado Nazi, líderes y miembros de las Juventudes Hitlerianas, las Waffen SS, la policía, criminales de guerra y la Wehrmat eran condenados a sufrir lo mismo que ellos habían hecho pasar a otros. Murieron aproximadamente 7.113 de estas personas y fueron enterradas en fosas comunes en una zona del bosque, cerca del campo. Finalmente en 1950 el campo fue clausurado, pero la petición por parte de los alemanes a que se hiciera un memorial en este lugar fue denegado. No fue hasta el 89, con el fin de la ocupación que se colocaron estos cilindros numerados y esta placa reconociendo este peculiar cementerio dentro del bosque.


Prosigo mi camino y a los pocos minutos se termina el bosque y llego a lo que fue la estación de tren de Buchenwald. No queda ningún edificio, solo algunas vías y parte de los andenes. A la derecha se abre la visión del campo de concentración. Al que le hecho un vistazo por encima. Hay bastante gente, mi cámara de fotos se ha quedado sin batería y quedan un par de horas para que cierren el lugar. Así que decido que, teniéndolo “aquí al lado”, quiero hacer una segunda visita con más tiempo. Cojo el autobús y vuelvo a casa.

Se me ha quedado grabada en la memoria la cara de un niño de unos 14 o 15 años a los que sus padres (hablaban alemán, por lo que deduzco que alemanes serían) le estaban contando de que iba todo aquello. El chaval miraba el suelo con cara de no entender muy bien porque había sucedido, pero sabía que no era algo bueno, sus ojos estaban tristes, igual que los de sus padres mientras se lo explicaban.

La gente anda en silencio, observa los edificios y agacha la cabeza. Se respira el mismo ambiente que en un cementerio. Todo es demasiado reciente…

Continuará…

Foto-bonus:
Es tan solo una anécdota, y no sé los años que tendrá esta institución, pero vamos, es un poco macabro encontrarte que de camino a Buchenwald esté el club de tiro de Weimar.

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