Pues nada, bajo la incredulidad de la población esa jornada se aprovecha para salir a la calle más de lo habitual. Si coincide con sábado o domingo (que eso ya es la repera) pues podéis figuraros.
Eso es justamente lo que ocurrió el pasado sábado, y ni corto ni perezoso, al levantarme, y ver que hacía semejante día, cogí mochila, metí un bocata, un botellín de agua, la cámara de fotos y ese absurdo folleto turístico de las rutas en bici y a pie en la zona del Weimarer Land. Absurdo porque es un mapa dibujado a mano alzada y pintado en acuarela, pensado para que veas que hay muchas rutas y te hagas una idea de por donde pasan, pero nadie jamás lo usaría para situarse mientras las realiza. Bueno, nadie menos yo, que parece que me encanta perderme para luego reencontrarme.
En fin, debían ser las 10 de la mañana o por ahí y mi objetivo era el castillo-ciudadela de Wasserburg, en Kapellendorf, a unos 12 km de Weimar. Así que me puse en marcha. No hay ninguna ruta en bici que vaya directamente a dicho pueblo así que como siempre, tuve que ir improvisando mi camino (coño, parece una metáfora de mi propia vida).
La cosa empezó como en mi primera excursión en bici, bajando por Bellvedere Alle dirección Mellingen y pasando por al lado del pueblo de Ehringsdorf y el de Taubach. De camino pude ver a un rebaño de ovejas (hacía tiempo que no veía uno tan grande) y un viejo molino de aceite, de esos con grandes ruedas de piedra.
Una vez en Mellingen encontré un mapa de la zona que señalizaba el “Kulturweg” (camino de la cultura), una ruta más de todas las que se inventan para hacer que los turistas recorran estos pueblos y parajes. Pero bueno, yo no me quejo, que si no fuera por estos indicadores más de una vez me habría perdido.
El siguiente pueblo al que me tengo que dirigir se llama Lehnstedt. Rápidamente encuentro el rótulo y ya estoy rodando por una carreterita secundaria de esas con un solo carril y ningún arcén. Pero me gustan estas carreteras, pasan pocos coches, están bien indicadas y rodeadas por campo. Veo algunos caballos pastando.
Realmente he pillado un buen día, el cielo está azul y no se ven nubes por ningún lado. Eso no quita que voy abrigado hasta las cejas: Guantes, braga para el cuello (de esas de ir a esquiar), chaqueta, polar… Pero ni eso, ni que mi bici encontrada en la basura solo tenga un plato y un piñón, me importa demasiado. Los campos lucen una hierbecilla verde intenso, respiro un aire que me llena y me reconforta y en este momento no pido nada más.
Pronto llego a Lahnstedt y me acerco a la iglesia del pueblo. Todos estos pueblecitos (los de esta excursión y la anterior) se parecen mucho. Tres son los elementos que se repiten de uno a otro: una iglesia (todas pequeñas capillas de estilo románico, muy parecidas entre ellas), un monumento conmemorativo a los habitantes fallecidos en la primera guerra mundial (con su correspondiente añadido para los fallecidos de la SGM), y uno o más dibujos cubistas de Feininger sobre el pueblo y su iglesia.
Sigo hacia el norte rumbo a Kapellendorf y la carretera pasa por un pueblo pequeñísimo pueblo de 170 habitantes llamado Hammerstedt (algo así como la villa del martillo). Llegando a ella no se oye absolutamente nada, tan solo algún pájaro. Parece un pueblo en el que no viva nadie. Realmente es el que me gusta más de todos los que he visto por la zona, de momento. Repitiendo el ritual del otro pueblo, visito y saco fotos de su iglesia, su monumento a los fallecidos en las dos guerras mundiales y al dibujo de Feininger.
Avanzo intuitivamente a lo que creo que es el norte, pero esta vez me he desviado un poco y en vez de a la carreterita secundaria, he ido a salir a un camino de cabras, jajaja! Pero mejor así. Por aquí no se donde voy, ni si tendrá salida, pero estoy más rodeado de naturaleza y no pasan coches. Pronto encuentro una nave abandonada y medio derruida. Genial! Me encantan los sitios abandonados. Tienen su propia magia. Parece que el lugar fue una granja de vacas, para la producción de leche. Me estoy un buen rato sacando fotos, algunas quedaron muy chulas.
Más tarde encuentro la carretera comarcal que une Weimar y Jena, está bastante transitada por coches, pero no me queda otro remedio que ir por ella. poco menos de un kilómetro, hasta llegar a Frankendorf (la aldea de Frank, jajja). Como de costumbre, visito iglesia y demás y sigo hacia Kapellendorf.
El Wasserburg (literalmente “castillo del agua”) se alza junto a la entrada del pueblo. Parcialmente rodeada por un foso con agua, este castillo-ciudadela, modesta y acogedora, tiene tres torres principales, cada una de diferente estilo. El único acceso al interior es un puente de piedra con una portalada.
Saco mi bocata y mi agua y me pongo a almorzar allí en medio de todos esos vestigios del pasado. Vienen un par de parejas de jubilados a visitar el castillo pero al ver que no hay nadie (aparte de mí) se van enseguida. Saciada el hambre, miro el reloj y veo que ya son las casi las dos de la tarde. Me quedan poco más de dos horas de sol y no tengo ni idea de por donde puedo ir para evitar pasar por la carretera comarcal. Si no me da tiempo no habrá otro remedio, porque ni tengo luces ni ganas de estar por ahí cuando caiga la noche, que si ahora hace frío, luego os podéis imaginar. La posibilidad de volver por donde he venido no me convence. Quiero regresar a Weimar viendo cosas nuevas. Si tuviera un mapa sería más fácil… pero menos emocionante. Jejeje!
Bueno, regreso a Frankendorf (era lo más práctico) y desde allí, como no encuentro ningún otro camino, sigo paralelo a la carretera comarcal, pasando por la vera de un campo. Pero es estúpido, el suelo es completamente irregular y me estoy dejando las energías. Finalmente voy un rato por la carretera, no me gusta demasiado, pero por lo menos llegare hoy.
En el siguiente pueblo, Umpferstedt, repito el ritual: iglesia + monumento + Feininger. (Podeís verlo en las fotos). Junto a la iglesia dos visiones curiosas: un pozo como los de antaño con cuerda y cubo, y un roble con un gran agujero en la base del tronco, tan grande como para quepa una persona de pie, increíble.
Atravieso un bosque de arces gigantescos, cuyas hojas guarnecen ahora el suelo. Se corre veloz y el camino es una gran línea recta. Pronto empiezo a ver gente. Primero a uno que corre, después otros de paseo, gente con niños... Es como reencontrarse con la civilización. En un cruce de caminos dentro del bosque hay bancos hechos con troncos y un xilófono horizontal y otro vertical, me detengo y jugueteo cual niño con ellos, no suenan tan mal para estar hechos de troncos macizos. Me a cuerdo de mi cuñado (que es percusionista), seguro que de xilófonos como estos no ha visto.

Igual que la otra vez os dejo un mapa de la ruta que hice.
¡Espero que os haya gustado el relato!
1 comentario:
No tio, la tipografia la he fet jo, una a una con el illustrator xDDDD No esta pa descargar jejeje.
Publicar un comentario