Martes 16 de Diciembre de 2008.
Me levanto bien temprano para prepararme unos bocatas, terminar la mochila y a las 9 coger mi tren dirección Fráncfort del Meno (así es como deberíamos llamarle, en teoría, los hispanohablantes). Comprado con semana y pico de antelación para que me salga más barato (pago 29 € en vez de 51).
Dos horas y media más tarde llego a la estación "Süd" de trenes. Mi bus hacia el aeropuerto de Frankfurt-Hahn (que está a 120 km. pero que es desde donde despegan las compañias "low-cost") sale desde la estación central (Frankfurt Hauptbanhof). Así que me queda una caminadita por delante. Pero tengo tiempo de sobras, de hecho he cojido un tren tan temprano para aprovechar y visitar la ciudad. Con lo que no contaba era con el frío y la humedad. No es lo mísmo pasear media horita por la calle, que estarse allí todo el día, ya que el frío te va calando.
Nada más bajar del tren la visión de una gran ciudad (5 millones de habitantes) llena mis ojos y, en mitad de toda esta información visual, intento orientarme hacia el centro. No llevo mapa ninguno, pero no es problema, los enormes rascacielos financieros, que forman lo que se ha llegado a llamar "Mainhattan" (a modo de juego de palabras, buscando un paralelismo con NY), me indican el camino a seguir.
Se trata de la seguna ciudad más grande de alemania (núcleo urbano de la región Rin-Meno), por detrás de la región metropolitana de Rin-Ruhr, pero por delante de Berlín.
Pronto cruzo uno de los puentes del río Meno (de aquí el nombre de la ciudad) y desde allí sigo hacia delante, dirección a los rascacielos. Al momento me encuentro con un caudal importante de gente que baja una calle peatonal repleta de casitas de mercado navideño. Más de lo mismo: gente bebiendo Glühwine, comiendo Bratwurst y comprando chuminadas pa decorar sus cómodas y cálidas casas en las que yo ahora mísmo me sentiría ampliamente reconfortado de este puto frío. La niebra peina los rascacielos y todo el cielo está gris, amenazando lluvia, o mejor dicho, aguanieve.
Aparenta ser una ciudad cosmopolita, hay gente de todos lados y por la calle se puede oír hablar en mandarín, árabe, francés, o lo que te propongas... Aún así, las grandes ciudades no son lo mío, y menos aún si no les veo personalidad propia.
Deambulo un poco entre las casetas navideñas y el gentío. Paro a comer mis provisiones en un portal. Arroz salteado con col, tomate y jengibre, si no recuerdo mal. Unas mandarinas y alguna almendra de postre. Sigo mi ruta improvisada y caótica por la ciudad.
Visito la catedral de San Bartolomeo, uno de los pocos edificios que medio-aguantaron los innumerables bombardeos que los aliados lanzaron sobre Frankfurt durante la Segunda Guerra Mundial. Es enorme y algo más cálida que la calle, así que aprovecho para sentarme, rehacerme un poco del frío, pensar y observar los detalles del templo.
Salgo de allí, mis pies me conducen a través de incontables manzanas y de pronto mis ojos observan transeúntes trajeados. Debo de haber llegado al districto financiero, pienso. No muy lejos se ve el edificio de la ópera y un anillo de hielo donde patina la gente.
Me detengo y saco algunas fotos. Sigo por el pequeño parque que hay entre los enormes edificios de cristal. La estampa es curiosa, volviendo la mirada hacía arriba vemos árboles a un primer plano, y más lejos esos mastodontes de hierro y hormigón. En el parque también hay alguna escultura curiosa, que acabará transformada en bits de la tarjeta de memória de mi camara digital.
Sin premeditarlo, paso junto a la "Main Tower", una de las atracciones turísticas más emblemática de la ciudad. No hay ni un alma. En un día como este... ¿Quién querría ver poco más que niebla y más niebla? Estoy a los pies de edifícios enormes. Muchos de ellos muy importantes dentro del sistema capitalista, sobretodo a nivel europeo. La idea de que cualquiera de estos hombres trajeados, a los que jamás antres he visto y que viven tan lejos de mi casa, pueda tomar pequeñas o grandes decisiones que puedan influir, mas o menos, en mi vida, me parece deshumanizado, inrracional.
A unos cientos de metros más allá, el edificio del "Banco Central Europeo" se alza soberbio como uno de los más altos de la ciudad. Pero hoy los de más arriba no podrán ver nada a través de sus enormes ventanales de sus lujosas oficinas, pues la niebla, espesa y lenta, los cubre por completo. Una curiosa ironía lo de haber llegado tan alto para, desde allí, no ver nada de nada. Aunque pensandolo bien, si las decisiones se toman aquí, con estos días tan grises, fríos y tristes... no me extraña que las cosas vayan como van. Jajajajajaj!
Hay indicadores por toda la ciudad, principalmente para conducirte hasta los puntos de más interés. Gracias a ellos me ubico y voy camino de la estación. De pronto, a escasos metros, parece que hayan cambiado los decorados de la película. Los edificios son mucho más bajos y menos glamurosos. De hecho son grises y marrones, con viviendas arriba y comercios orientales abajo. Miro a un lado y a otro mientras mis pies avanzan incansables. Tiendas hindús, árabes, chinas, tailandesas y gente de infinidad de étnias y países deambulando por allí.
Allí mismo, a unos pocos metros más adelante, veo la estación. Pero todavía es pronto, hay luz solar y no tengo prisa para el bus, así que decido dar una última vuelta antes de entrar. Cruzo un par de manzanas y empiezo a ver sex-shops, clubs de streaptease, prostibulos y tal. Un barrio rojo en toda regla. No tan llamativo o conocido como el de Amsterdam o el de Hamburgo, pero al fin y al cabo con las mísmas cosas. Me siento como el visitante de un zoológico. Pienso en la gente que esta atrapada en este mundo y que realmente no le gusta lo que hace. También en la que sí...
Finalmente entro el la estación de tren central, compro una postal, observo el amasijo de gente dando tumbos de un lado para otro, algunos con prisa y otros con muy poca, y como algo.
Son las 4 de la tarde, pronto anochecerá, hace frío y no tengo mucho más interés de permanecer en esta ciudad; así que me monto en el autobús (de la compañía Bohr) camino del aeropuerto a pesar de que aún quedan aproximadamente 16 horas para que salga mi avión. Pero bueno, uno se acostumbra a todo. En este caso mi recompensa era ver a mi familia y amigos por fechas navideñas, o así quise verlo yo.
martes, 6 de enero de 2009
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2 comentarios:
Que grande tiene q ser Frankfurt, madre mia. Creo que de tanto vivir en mini-Weimar me estoy acostumbrando a vivir en una ciudad pekeñilla donde puedes ir a todos lados andando y apenas encuentras aglomeraciones de gente. Creo q asi se vive mejor, no? :)*
"Aunque pensandolo bien, si las decisiones se toman aquí, con estos días tan grises, fríos y tristes... no me extraña que las cosas vayan como van. Jajajajajaj!"
Y yo que adoro esos días, aunque luego, cuando ves un día soleado, se te alegra el alma y la mente, y no ves las cosas tan cuesta arriba, se empiezan a poner más a nivel raso jeje.
Un abrazo manito!
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